1. En un documental sobre el Papa –no hecho por el Vaticano, sino bajo la responsabilidad de su autor y que acaba de presentarse a la prensa- se recogen dos frases del Papa Francisco pronunciadas en el pasado en respuesta a dos cuestiones distintas y en dos entrevistas independientes. Estas frases ya eran conocidas y no habían generado especiales polémicas.
En todo caso, estamos hablando de opiniones vertidas por Francisco al margen de toda forma oficial de Magisterio. Por tanto, es perfectamente discutible la oportunidad o prudencia de estas frases; pero lo que no me parece razonable es acusar al Papa por esas opiniones de no respetar la verdad o de oponerse a la doctrina católica consolidada.
2. Mi opinión, también discutible, es la siguiente: las dos frases del Papa en su respectivo contexto me parecen razonables y yo mismo he expuesto las mismas ideas miles de veces sin haber escandalizado a nadie (que yo sepa). Explico a continuación el porqué de esta opinión.
3. La primera frase es la siguiente: “Las personas homosexuales tienen derecho a estar en una familia, son hijos de Dios, tienen derecho a una familia. No se puede echar de una familia a nadie ni hacerle la vida imposible por eso”.
Lo que dice el Papa me parece evidente como actitud propia de un cristiano: a un miembro de nuestra familia que tiene tendencias homosexuales no le podemos tratar como si no fuese de la familia o expulsarle de la misma por eso.
4. La segunda frase del Papa Francisco es la siguiente, referida a otro tema aunque en el documental aparezca sin transición unida a la primera frase: “Las personas homosexuales que viven juntas tienen derecho a una cobertura legal. Lo que tenemos que hacer es una ley de convivencia civil: tienen derecho a estar cubiertos legalmente. He defendido eso”.
También esta opinión del Papa me parece muy razonable. Cualesquiera dos personas que viven juntas con cierta estabilidad en el tiempo, compartiendo gastos e ingresos, responsabilizándose uno de otro y prestándose ayuda mutua –sean homosexuales o no, compartan cama o no- generan un haz de relaciones, derechos y obligaciones, que debe tener reconocimiento jurídico. Lo contrario sería profundamente injusto.
De hecho en España esto se viene haciendo desde hace décadas (mucho antes de la ley de 2005 de equiparación de las uniones de personas del mismo sexo al matrimonio) en todo tipo de leyes (de arrendamientos, en el código penal a efectos de agravantes y atenuantes, en las de funcionarios y poder judicial a efectos de abstenciones y recusaciones, etc) y yo nunca he denunciado esas leyes (ni me consta que lo hayan hecho los que ahora se escandalizan del Papa) porque me parece razonable darle trascendencia jurídica a esa situación de hecho a determinados efectos.
5. Por otra parte, conviene recordar que el Papa Francisco se ha manifestado expresamente con toda contundencia contra el matrimonio entre personas del mismo sexo muchas veces y de forma especialmente solemne en su encíclica Amoris laetitia cuyo n. 251 es clarísimo: “…no existe ningún fundamento para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre las uniones homosexuales y el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia”. También ha recordado y hecho suyo muchas veces lo que dice al respecto el Catecismo de la Iglesia Católica en los números 2357, 2358 y 2359.
6. En esta polémica artificial algunos pretenden ver una contradicción entre las frases comentadas del Papa Francisco y lo que estableció en 2003 (bajo el Papa JP II) la Congregación para la Doctrina de la Fe (presidida por el que después fue Papa B XVI) en una Instrucción que el propio Francisco cita en el mismo n. 251 de Amoris Letitia. En esa Instrucción se dice lo siguiente: «La Iglesia enseña que el respeto hacia las personas homosexuales no puede en modo alguno llevar a la aprobación del comportamiento homosexual ni a la legalización de las uniones homosexuales. El bien común exige que las leyes reconozcan, favorezcan y protejan la unión matrimonial como base de la familia, célula primaria de la sociedad. Reconocer legalmente las uniones homosexuales o equipararlas al matrimonio, significaría no solamente aprobar un comportamiento desviado y convertirlo en un modelo para la sociedad actual, sino también ofuscar valores fundamentales que pertenecen al patrimonio común de la humanidad. La Iglesia no puede dejar de defender tales valores, para el bien de los hombres y de toda la sociedad».
El Papa Francisco está hablando de las situaciones reales de convivencia y no de leyes que equiparen con el matrimonio o promuevan sin más esas uniones. Es como si en un país fuese legal la poligamia y de hecho existiesen cientos de miles de uniones polígamas: exigir que la ley proteja a las segundas o terceras esposas y a sus hijos es exigir algo de justicia y no supone bendecir ni promover la poligamia. Es como si en una sociedad con millones de esclavos, alguien propusiese (como hizo San Pablo) que a los esclavos se les trate como a hermanos; eso es exigir algo de justicia y no supone bendecir ni promover la esclavitud.
Quizá convenga recordar que hoy –por desgracia- ya existen leyes del llamado “matrimonio homosexual” en decenas de países y se extiende esa institución año a año, algo que no existía en el año 2003.
7. No estoy defendiendo al Papa por ser Papa, dado que –como he indicado- estamos hablando de opiniones vertidas por Francisco al margen de toda forma oficial de magisterio. Lo defiendo:
– porque me parecen acertadas y razonables (aunque por supuesto, discutibles) sus afirmaciones
– porque me duele que algunos católicos, máxime tratándose del Papa, se dejen arrastrar al opinar por los titulares de periódicos quizá no muy acertados (o en ocasiones claramente manipuladores).
– porque en ocasiones en algunas críticas al Papa en esta cuestión se manifiesta en el fondo un cierto rechazo a las personas con tendencias homosexuales que puede no ser coherente con lo que dice el Catecismo de la Iglesia Católica en su número 2358: “Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición.”
8. Las personas homosexuales, también las que viven en pareja, y sus hijos -si los tienen (incluso por procedimientos que nos parecen a los católicos no moralmente aceptables)- son hijos de Dios y llamados a la santidad. Y se supone que los católicos estamos convocados a colaborar con Dios en esa llamada.