Eva Illouz analiza en El fin del amor. Una sociología de las relaciones negativas (Ed.Katz 2020, 356 págs.) con ojos descarnados y realistas cómo el amor en el mundo moderno está siendo sustituido por el desamor como actitud vital ante las relaciones afectivas y sexuales; y las causas de este fenómeno. La autora, profesora de sociología y antropología de la Universidad de Jerusalén, disecciona desde una perspectiva sociológica uno de los fenómenos más relevantes de nuestra época, lo que llama el fin del amor; y su incidencia en la transformación del mundo emocional y las relaciones sociales: “el desamor desde una perspectiva sociológica gira en torno a la descomposición de los lazos sociales” (pág. 12).
Para la autora el fin del amor en nuestra época es uno de esos cambios pequeños y microscópicos que pueden desencadenar grandes cambios y que ella llama políticas de la mariposa (pág. 307) apelando al famoso dicho de la teoría del caos de que una mariposa que agita sus alas en una esquina del planeta puede provocar una catástrofe climática en el otro extremo.
Illouz identifica el objeto de su estudio como la indagación de las condiciones culturales y sociales que explican por qué “el acto de abandonarlas” “ha pasado a ser una característica común y corriente de las relaciones sexuales y románticas” (pág. 14). E identifica las siguientes causas: la ideología de la elección individual que ha pasado a ser el principal marco cultural para la organización de la libertad personal, la introducción de la mentalidad de consumo en nuestro mundo afectivo y sexual sustituyendo a la vieja ética sexual cristiana y la fuerza de los nuevos mercados de la industria terapéutica y la tecnología de internet.
La autora se asoma a la historia y constata cómo el cristianismo introdujo el amor y el sexo en el ámbito de la ética y las obligaciones de conciencia dando así soporte durante siglos a compromisos personales fuertes con instituciones como el matrimonio y todo lo que éste trae consigo como estabilizador social. Pero a partir del siglo XVIII la modernidad emocional empieza a sustituir ese ámbito de la ética por el primado de la libre elección por razones meramente subjetivas, proceso que se acelera totalmente a partir de los años 60 del siglo XX con la entrada de la lógica capitalista del consumo en el nuevo mercado del sexo.
Como consecuencia de estos cambios, la tecnología y la ética del consumo se convierten en la “nueva forma de organización emocional” y se vuelve “menos inteligible el núcleo moral y normativo de la intersubjetividad” hasta entrar en contradicción “con la visión de la sexualidad emancipada que fue el eje de la revolución sexual” (pág. 27), pues los intereses económicos de las grandes corporaciones inciden en la promoción de una subjetividad basada en la satisfacción expeditiva de las necesidades que revoluciona el marco de la intersubjetividad con consecuencias que van más allá de la mera canalización de la energía creativa sexual de cada uno. (pág. 29).
La autora analiza progresivamente cómo
- “bajo la égida de la libertad sexual, las relaciones heterosexuales han adoptado la forma de un mercado, que se manifiesta con el encuentro directo entre la oferta y la demanda en materia emocional y sexual, ambas mediadas por espacios de consumo y la tecnología “(capítulo 2)
- esta forma de mercado crea una incertidumbre emocional y cognitiva que es omnipresente e invasiva (capítulo 3)
- la forma de intercambio propia de un mercado coloca a las mujeres en una posición ambivalente: empoderada y degradada al mismo tiempo (capítulo 4)
- el sexo convertido en mero objeto de consumo con la lógica del usar y tirar, ha suprimido la lógica tradicional del contrato basado en seguridades compartidas sobre los mutuos derechos y obligaciones( capítulo 5) socavando el matrimonio como institución (capítulo 6)
Aparece así el desamor como parte de la lógica del amor/sexo ya desde su inicio; ya no es solo una posibilidad sino que forma parte de la voluntad subjetiva al afrontar el intercambio sexual. Llega así a formar parte de la elección sexual la “elección negativa”: el abandono, el rechazo, la negación de todo compromiso se presentan ya como exigencia de la libertad de elección. El amor ha sido sustituido por el desamor; “elegir la deselección” ya forma parte irrenunciable y a priori de la libertad de elegir. La lógica capitalista del mercado y el consumo ha sustituido la de la ética sexual tradicional sobre la que se creó el mundo moderno y el propio capitalismo.
En este libro Eva Illoiz describe “las vías a través de las cuales el capitalismo se ha apropiado de la libertad sexual, así como las diversas maneras en que incide en la desconcertante volatilidad que han adquirido las relaciones sexuales y románticas hoy” (pág. 43). La autora analiza con la metodología de la ciencia sociológica un fenómeno que suele contemplarse habitualmente solo desde la óptica moral o jurídica, aportando así nuevas e interesantes perspectivas para la comprensión de uno de los cambios más revolucionarios de nuestros días.
Con la introducción de la ética sexual cristiana, el amor y el sexo se vincularon a una institución, el matrimonio, y eso generó un haz de certidumbres de trascendencia personal y social: certidumbre normativa, existencial, ontológica, evaluativa, procedimental y emocional. “El amor produce certidumbre cuando se organiza en formas sociales que permiten la plausible inserción del futuro dentro de la interacción. En la ausencia de una estructura social que produzca certidumbre, el amor no puede generarla por sí mismo” (pág. 71).
Con el cambio que se acelera en el siglo XIX y triunfa en el XX, la legislación privatizó la sexualidad como prerrogativa individual, la ciencia la reivindicó como mera biología ajena a toda moral y el freudismo y la cultura de consumo redefinieron el cuerpo como mera unidad hedónica (pág. 75). Así la sexualidad pasa de ser reproductiva a ser recreativa y entra en el ámbito del consumo convirtiéndose en un producto más sometido a las reglas del mercado y a su dictadura y exigencias. Nuestra autora habla de un “capitalismo escópico que se define por la extracción de plusvalías a partir del espectáculo y la exhibición visual de los cuerpos” (pág. 84). La revolución sexual escindió la sexualidad del parentesco y de la religión y la dejó en manos del mercado donde el único valor a conseguir es la autoafirmación del yo a impulsos del deseo; esto impregnó las relaciones sexuales de incertidumbre y de sociabilidad negativa (pág. 91).
Aparece así y va volviéndose dominante el sexo confuso y casual: “el rollo, la follada de una sola noche, la orgía y el polvo sin ataduras se definen como relaciones sin expectativas en las que cada actor se embarca legítimamente en la búsqueda de su propio placer egoísta, sin ninguna expectativa de reciprocidad emocional o relacional ni proyección de futuro” (pág. 107); “el sexo casual es un libreto para entablar una no-relación” (pág. 111). Al colocarse el sexo en el comienzo de la relación queda en la incertidumbre la finalidad de la misma relación y eso genera especial incertidumbre en la mujer propiciando nuevas formas de dominio machista. Antes se cultivaban las emociones con la esperanza de que madurase la posibilidad de llegar al sexo; ahora se empieza por el sexo y no se sabe cómo construir emociones a partir de él.
La autora llega a estas conclusiones analizando material disponible en internet en chats de mujeres (especialmente) donde éstas vuelcan sus dudas e incertidumbres y a través de un programa de varias decenas de entrevistas a hombres y mujeres de distintos países (Israel, USA, Francia y otros países europeos) que la propia autora desarrolla y cuyas partes más significativas reproduce en el libro. Sus conclusiones no son, pues, meramente teóricas, sino que responden a un análisis sociológico real como corresponde a la especialidad académica de la autora.
Una de las consecuencias de estos procesos es la mercantilización del sexo y singularmente del cuerpo de la mujer que la autora estudia con detalle en el capítulo 4. “El complejo industrial escópico (constituido por la simbiosis de las industrias pertenecientes a los ámbitos de la belleza, la moda, los deportes y los medios (…) promueve la apariencia exterior como una mercancía comercializable” (pág. 150). El cuerpo de la mujer genera enormes plusvalías en este mercado escópico donde la mirada del varón “se apropia sin cesar del cuerpo sexualizado de las mujeres” (pág. 153); recuerda la autora lo que representa la pornografía en la red y las paginas web de contactos.
La explotación visual del cuerpo de la mujer en el mercado y el sexo gratuito han provocado una depreciación del sexo y una devaluación de la mujer y crean una dificultad añadida para que el yo de las mujeres sea valorado pues “las mujeres son percibidas a priori como un conjunto de partes corporales, mientras que los hombres son contemplados con una mirada holística (…) El fraccionamiento es un mecanismo cognitivo clave para ignorar el yo de las mujeres” (pág. 187). El cuerpo de la mujer, además, tiene riesgos de obsolescencia mayor y en menor plazo que el del varón perdiendo así valor en el mercado, lo que genera nuevos mercados en salud y estética y aumenta la falta de estima, seguridad y certidumbres de la mujer, problema que se afronta con el mercado de las terapias. (pág. 197). La mujer se ve perseguida por la necesidad de tener que exhibirse y mantenerse como objeto de valor de forma continua hasta el punto que “no sorprende que muchas mujeres perciban los mercados heterosexuales como una experiencia angustiante” (pág. 207).
En los dos últimos capítulos la autora analiza las causas confesadas por los protagonistas en estudios sociológicos y entrevistas personales del creciente número de rupturas (desamor) y divorcios hoy. Comprueba cómo la introducción de los criterios del yo autónomo que busca la autosatisfacción según criterios de mercado al establecer relaciones implica de hecho la misma lógica para romper: si hay libertad sin criterio objetivo para abrazar la relación, la misma libertad esencial existe para abandonarla; la salida está inserta en el contrato y transforma la relación misma en algo abocado a la ruptura. El desamor ya forma parte del amor en un círculo vicioso (pág. 236).
La sucesión de rupturas nos va insensibilizando ante el daño que causan (pág. 245) y afecta a nuestra confianza en el futuro de forma sistémica. “El desamor que precede y conduce al divorcio resulta de las mismas fuerzas sociales que configuran las relaciones negativas descomprometidas. Estas fuerzas sociales arrojan a las personas hacia campos magnéticos inversos, que en vez de atraerlas las separan” (pág. 302). “El divorcio no es aquí la experiencia desgarradora que tantos experimentan, sino, más bien, la glamorosa impronta de la libertad, la libertad que con tanto esmero han pergeñado para nosotros las instituciones modernas de la tecnología, la terapia y el consumo” (pág. 303).
Y concluye la autora en la última frase del último capítulo: “cabe cuestionar, entonces, la sustancia de los argumentos que fundamentan esta concepción de la libertad.” (pág. 303). Efectivamente, es cuestión a reflexionar: hemos socavado una institución básica de la sociedad como es el matrimonio, hemos desestructurado las relaciones sociales basadas en el amor, hemos revertido la liberación sexual de la mujer sometiéndola en su cuerpo a la dictadura del mercado, hemos acabado con el amor para sustituirlo por el consumo y al final solo queda más negocio, menos persona y una sociedad en la que los lazos interpersonales se vuelven más fofos e inestables.
Efectivamente, es para reflexionar. Y este libro ayuda a esa reflexión.